Reflexión sobre la democratización de la ciudad: diseño y ciudades accesibles para los envejecientes.

La democratización de la ciudad: diseño y ciudades accesibles para los envejecientes.

[Porque todos/as somos envejecientes]

“Si leemos las memorias de Sabato, Bloch, Ramón y Cajal, Buñel, Cannetti, etc., veremos que lo que más desean es el silencio, la tranquilidad, el poder caminar por las calles, con parsimonia, ver gente, sentarse en un parque a leer o a pensar, conversar en un café, contemplar la vegetación, los árboles, el césped, los paisajes, en fin, cosas sencillas que cualquier autoridad edilicia podría conceder…“ (Salinas, 2006)

 El envejecimiento se considera un triunfo y un desafío. No me extraña. Han triunfado los programas de salud pública, ha triunfado la ciencia y los grandes hallazgos que han permitido combatir enfermedades, retrasar su evolución y así aumentar la esperanza de vida al nacer. El desafío es uno grande que no se trabajó a la par de los avances tecnológicos y científicos que nos han hecho cambiar la forma geométrica de la pirámide poblacional. Es un desafío económico, social, urbano, es un desafío de derechos y de la búsqueda continua que intenta generar un panorama que provea una calidad de vida razonable para más personas y por más tiempo. En esta reflexión me limitaré al tema de las ciudades amigables para personas envejecientes, por su –ya urgente- importancia dentro de la planificación a mediano y largo plazo.

Para lograr una mayor compresión del tema haré la misma invitación que recibí de Norbert Elias que, a los 85 años, hace notar que a un joven o un adulto ‘no [le] resulta fácil imaginar que el propio cuerpo, tan fresco y a menudo lleno de sensaciones placenteras pueda volverse lento, cansado y torpe. No es posible imaginarlo, ni en el fondo se quiere imaginar’.” (Salinas, 2006). Sugiero que intentemos ver nuestro cuerpo envejecido y un poco débil, un cuerpo que se cansa con largos trayectos, una visión desmejorada y unos oídos que no responden igual. Dentro de este cuerpo seguimos siendo funcionales, autónomos, nos valemos muy bien por nosotros/as mismos/as. Nuestro andar puede ser cada vez más lento, y posiblemente nuestros reflejos no den abasto para la complejas inter-relaciones que se dan en la calle, pero repito, nos valemos bien por nosotros/as mismos/as. Es, en este momento, cuando entendemos lo prioritario de movernos con facilidad, con seguridad y con eficiencia hacia cualquier destino. Es un error cuando hablamos de envejecimiento y lo asociamos a enfermedades terminales o a la inactivación del cuerpo, no debemos limitar el debate a residencias para la tercera edad, mucho menos en cuánto “le cuesta” un envejeciente a la población “productiva”. Debemos debatir, pensar y proyectar para una población que es muy productiva, una población que por su jubilación laboral pasará mucho más tiempo en las calles y en la ciudad que el resto de la población.

 Es por esto que “las personas de edad avanzada deben ser consideradas como ciudadanos, como actores del proceso y no como consumidores pasivos de los servicios médico-sociales. Se requiere que toda la sociedad termine de abordar la vejez como un problema, para empezar a concebir este fenómeno como un recurso”.[1] Son muchos y nuevos abordajes los que se están concretando en diversas partes del mundo. Marcello Martinoni, geógrafo y autor de diversas investigaciones relativas al tema recuerda que Dinamarca decidió en la década de 1980 rechazar nuevas construcciones de asilos para ancianos, y desarrollar, en cambio, toda una serie de servicios de asistencia alternativos.[2]

Ciudades amigables

Ciudades «amigables con los ancianos» es un concepto que desarrolló Alex Kalache, uno de los investigadores mas prestigiosos de la OMS (Organización Mundial de la Salud), para encontrar una solución a una ecuación cada vez más inevitable: menos chicos que nacen, viejos que viven mas. «Una ciudad amigable es una ciudad en la que será mas fácil para todos el poder vivir. Si las veredas están arregladas, eso beneficia a los mayores, pero también a las madres con cochecitos o a las personas con sillas de ruedas. Cuando hablamos de una ciudad amigable estamos hablando de una ciudad más humana», sostiene Kalache.[3] El diseño urbano de una ciudad amigable con los ancianos no atenta contra ningún movimiento, traslado o estancia de una persona joven y sin embargo puede ser de gran ayuda y motivación para que una persona de edad avanzada pueda sentirse segura y pueda hacer sus actividades con toda la independencia posible.

Las ciudades amigables con los ancianos deben favorecer la acción y el movimiento, la densificación y la población de los espacios públicos, de los lugares al aire libre y la creación una red de transporte que asegure la accesibilidad a los lugares más importantes. Para aumentar positivamente la calidad de vida de la población mayor bastaría con políticas públicas y programas que sean acompañados de un plan para el desarrollo de una infraestructura urbana inclusiva. Tomando el caso de Puerto Rico, hablamos de una isla con grandes cantidades de centros urbanos que han perdido densidad poblacional y su estado actual proyecta abandono, desolación e inseguridad. Cito a Roberto Donoso en su artículo Ancianos y ciudad cuando dice “Se planificó con un criterio estrictamente económico, se trató de facilitar la circulación de mercaderías y de los adultos con capacidad de trabajo, ya fuera que éstos se transportaran en camión, automóvil, pesero o metro, no importando la calidad del transporte. Los viejos, los niños y los inválidos no fueron tomados en cuenta. Según Mumford ‘ninguna etapa de la vida ha sido tan olvidada como la senectud por la civilización y los planificadores de ciudades’.” (Salinas, 2006). Es por esto que han sido tan largas y tan inútiles las conversaciones sobre la repoblación de los centros urbanos. Si nadie los quiere poblar es porque hay un mercado que tiene unas exigencias de consumo que no van de la mano con la planificación territorial ética y responsable de la ciudad, sino que impulsan al consumo de todas las energías y en todas sus formas. Un programa o un plan que invite a las personas mayores a adoptar estos centros urbanos (que ya de por sí cuentan con un diseño que elimina las largas distancias de trayecto peatonal o al menos las disfraza con comercios y actividades en la planta baja de los edificios), puede ayudar a que se haya una regeneración urbana y social de los mismos. Es posible que la clase “productiva” no quiera deshacerse todavía del Sueño Americano y que sigan queriendo vivir en el suburbio y moverse en transporte individual, pero es seguro que a algunos en algún momento necesitarán o les interesará vivir en un centro urbano y tendrán la ventaja de que ya estaría rehabilitado para las poblaciones envejecientes y por ende, para ellos mismos.

La ciudad amigable para ancianos es el nombre que actualmente se le otorga a aquellas que cumplen con un diseño inclusivo, con participación ciudadana, con investigación cualitativa, con proyectos y gestión que apoyen las filosofías y la ética de los organismos o estructuras que las adopten. Sin embargo, cuando se cumple con todos estos requisitos estamos hablando de ciudades que son amigables para la persona que hace la compra y carga con bolsas pesadas, para el niño que va en bicicleta, para quien lleva un coche de bebé, para quien corre por la acera porque pierde el autobús y para cualquier persona que necesite dar un paso seguro, sin riesgos a resbalar o tropezar, que exista la opción de subir rampas simpáticas o de tomar el elevador, que las calles y los equipamientos estén debidamente señalizados y asistan sin mayores complicaciones al que necesita ser asistido. Se debe apostar todo por estas ciudades por las siguientes razones: primero, porque no hay motivos (ni debe haberlos) para aislar a las personas mayores en complejos de vivienda o asilos cuando están completamente autónomos e independientes, la sociedad debe ser heterogénea, inclusiva y compleja, sin los ancianos en ellas estarían incompletas; segundo, la planificación y el ordenamiento territorial que se haya basado en el suburbio es muy injusto para las personas que pierden capacidad de movimiento, de visión y reflejos, esa persona que para salir de la casa necesita un automóvil o depende de los horarios y compromisos de familiares podría verse completamente independiente si se crearan equipamientos en los centros urbanos con los servicios básicos, se rehabilitan los edificios residenciales con diseños para todos/as y se reconstruye el espacio urbano pensando en cumplir con las necesidades de traslado, de descanso y con las necesidades de socialización que tienen todos los ciudadanos/as.

Esto daría paso a algo que podría considerarse ‘barrios solidarios’ porque nos alejamos del suburbio, de la individualización y la enajenación social. Nos involucramos con la persona que vive abajo y la señora que vende el pan, con el niño que deja el periódico y el señor con el carrito de helados que siempre pasa a las 3:00pm. Así, podríamos abrirle paso a nuevas dinámicas sociales, a la empatía y a la solidaridad, a la búsqueda de una cohesión que más que urbana sería social. La Unión Europea declaró en el 2012 el ‘Año Europeo del Envejecimiento Activo y de la Solidaridad Intergeneracional’, su objetivo era sensibilizar acerca de la contribución que las personas mayores pueden aportar a la sociedad”, así como “crear mejores oportunidades para el envejecimiento activo y fortalecer la solidaridad intergeneracional”.”[4] Lo que mencionamos aquí no está lejos de esa solidaridad que menciona la Unión Europea, debemos valorar las contribuciones que puedan hacer las personas mayores, pero para que las puedan hacer se les tiene que proveer del espacio y las oportunidades para desarrollarse y seguir creciendo como agentes activos dentro de la sociedad. La esperanza de vida debe ir de la mano de la satisfacción personal y colectiva de la población mayor, deben sentirse productivos, influyentes y escuchados, esto los hará verdaderamente mejorar su calidad de vida.

El diseño de accesibilidad para los envejecientes y personas con dificultades de movimiento debe estar incluído en el diseño general de la ciudad, no supone un alza en los costos de inversión, sino que termina siendo una inversión con beneficios añadidos a lo esperado por su planificación responsable ante los cambios demográficos. La accesibilidad permite y fomenta la participación ciudadana, y facilita los movimientos necesarios para hacer crecer la propia economía y llenar las calles al hacerlas más seguras y por lo tanto, mucho más deseadas.

Hay tratamientos urbanos que están en constante labor dentro de la ciudad, cuando se adopta el objetivo de democratizar la ciudad y sus espacios, debemos trabajar con la mejora de las aceras (ensancharlas si es preciso, que sean lisas, con superficies niveladas y anti-deslizantes, que puedan pasar sillas de ruedas y que tengan una entrega o un declive nivelado a la calle, no deben tener barreras), la iluminación de las calles (sencilla, y bien pensada para cada espacio), la estética de los espacios públicos (jardines, plazas, bulevares), los cruces de peatones (deben dar el tiempo suficiente para cruzar a un ritmo muy lento), el mobiliario urbano debe ser adecuado (cómodo y práctico), los sistemas de transporte (deben darle prioridad a las personas con dificultades de traslado, los accesos a los mismos deben ser eficientes y efectivos) y los edificios deben ser amigables (ascensores, escaleras mecánicas, rampas, entradas espaciosas, zonas de descanso y buena señalización).

El caso de los envejecientes en Puerto Rico no es muy diferente a los del resto del mundo, en muchos lugares las pirámides poblacionales se están invirtiendo y esto ha llevado al nacimiento de preocupaciones de índole económica. Hace años que se están haciendo estudios y planes en colaboración entre países como los de la Unión Europea o la CELAC que comprueban estadísticamente las necesidades y plantean soluciones globales ante las mismas. Algo que deberíamos considerar en la Isla es que posiblemente nunca tendremos una gran ciudad, nos toca tener micro-ciudades o centros urbanos y que debemos hacerlos funcionales, con movimiento económico y comercial, con vida diurna y nocturna y con ofertas para todas las personas y todos los gustos. Hablo de pequeños núcleos que alberguen sorpresas y que se permitan crear o encontrar trozos de historia en sus calles. Empecemos por hacer ciudad en la calle, teniendo la accesibilidad necesaria a la misma iremos poco a poco generando espacios de encuentro, de reunión, de charlas, de debates y de conflictos que nos hagan cuestionar y mejorar la forma de vivir en sociedad.

En conclusión, la descentralización de las oficinas o departamentos que trabajan con los envejecientes puede tener un efecto de neblina ante unos problemas a los que se les debe dar una respuesta lo antes posible. Las políticas públicas que velan y gestionan la calidad de vida de las poblaciones mayores podrían incluir un diseño urbano inclusivo, una red de transporte colectivo eficiente, aumentaría así la actividad física, mejoraría la salud, se sentirían activos, sentirían esa independencia que tienen pero el modelo estructural actual les coarta y reprime. Hablamos de que a esta población es amenazada por un sistema sistema urbano, económico y social, son echados a un lado porque a alguien se le ocurrió decir que un número en la fecha de nacimiento o unos pasos lentos han vuelto improductiva a una persona cuando realmente debería estar disfrutando sin prejuicios y sin barreras de su independencia y libertad en el espacio público con los mismos derechos y las mismas oportunidades que cualquier otro ciudadano/a.