El Gen del Andar.
El Gen del Andar.
Introducción a la metáfora
Podría ser muy clara la metáfora, no obstante me inclino a dejar una pequeña descripción de esto que se llama el Gen del Andar. Comienzo. Yo ando, porque necesito llegar (o quedarme). Ando, porque me gusta. Ando, porque hoy me toca pasear al perro. Ando con el perro porque el gato no anda. Ando, porque se acabó la leche. Ando, de camino a la fiesta. Ando, porque hace un buen día. Ando, para bajar unos kilos. Ando, para pensar. Ando, para encontrar. Ando con prisa, ando despacio. ¿Ando mirando el suelo o ando mirado tejados? ¿Ando distraído o ando como esponja? Ando y no ando, todo depende de por dónde ando, en qué momento ando y si es normal andar por el lugar que ando. Mucho condiciona el andar, depende entonces si hablamos del andar como diligencia o cuestión estética.
Nos tendemos en una silla medianamente cómoda, bebemos un café o nos quedamos hipnotizados mirando un puto fijo. Mientras hacemos esto, preguntemos. ¿Por qué no andamos? ¿Qué nos condiciona?
[Aquí entra la locura de pensarnos como un gen] Es justo esa parte de la célula que está escrita, como si de una novela se tratara. Ese gen nos describe, nos condiciona el color de los ojos, el rizo del pelo, el largo de las pestañas. Nos es trasmitido por la madre y el madre. En términos de genética básica tenemos el genotipo, que son los genes que portamos y que para conocerlos es preciso un estudio genético; por otro lado tenemos el fenotipo, que son las manifestaciones clínicas de la persona, entiéndase por síntomas o rasgos físicos. La mutación es la pérdida, el cambio o la duplicación de genes. El origen de la mutación viene de los progenitores. Las causas pueden ser espontáneas (producidas al azar) o inducidas (surgen por la exposición. Las diversas mutaciones pueden ser las siguientes: 1. Delección: pérdida del material genético, 2. Duplicación: repetición, 3. Traslocación: cambio de lugar, 4. Inversión: Cambio de sentido, 5. Inserción: se añade material genético
Hagamos una superposición de los términos y procesos anteriormente discutidos. Ahora, veremos el mismo párrafo desde otro punto de vista, enfocado al andar.
[Aquí entra la locura de pensarnos como un gen] Es justo esa parte de lo ciudadano que está escrita y contemplada, como si de lo común y lo necesario se tratara. Es una cuestión que nos describe, nos condiciona el acceso a la ciudad, la libertad de movimiento y la seguridad que sentimos en la calle. Nos es transmitido por la cultura urbana y las costumbres familiares. En términos urbanos tenemos o deberíamos tener la costumbre del andar, de vivir en la calle (cuando el clima lo permite), pero no es algo que se vea a simple vista; es algo que se ve cuando, en colectivo, reivindicamos nuestras características de peatones, de ciudadanos/as de a pie que disfrutan la ciudad. La mutación del andar se puede perder, puede cambiar o puede duplicarse. El origen viene de quienes diseñan la ciudad para nosotros y de quienes nos enseñaron a vivirla. Las causas de la mutación puede ser espontáneas (que de una forma u otra, nos hacemos andantes o no-andantes), o puede ser inducida (que nos hicieron andantes o no andantes con diseños y minuciosa planificación urbana. Las diversas mutaciones del andar pueden ser las siguientes: 1. Delección: Pérdida del deseo o la capacidad de andar, 2. Duplicación: Repetición del deseo de andar, o por lo contrario repetición de acciones que provoquen el no-andar, 3. Traslocación: Andamos en unos lugares y en otros no, 4. Inversión: Cambio de sentido, antes caminábamos por unos lugares y en unas direcciones y ahora no, o antes no caminábamos por unos lugares y ahora sí, 5. Inserción: Se añade el auto, carreteras anchas, mayores aparcamientos, o por lo contrario, se ensanchan aceras, se limita el espacio de auto, se siembran árboles y se ilumina en las noches.
Así como los genes condicionan los colores del cabello, de la piel y hasta comportamientos, aquello que está cimentado en nuestra estructura urbana y social nos condiciona el andar, nos hace nómadas del nuevo paisaje posturbano -como diría Massimo Felice-, o nos hace sedentarios, aferrados a la tecnología y a espacios de poca diversidad para el intercambio y el conflicto.
Con esta breve introducción se desata una compilación de temas, un poco al azar, con la intención de despertar algunas inquietudes, esas que siempre tenemos y que no siempre debatimos. Muchos y muchas hemos dejado de andar y quizá nunca lo hicimos. La planificación urbana se encargó de ser más una planificación del suburbio que otra cosa. La escala de construcción de carreteras y complejos de edificios dificultó -y dificulta- el acceso a los lugares por un medio tan natural como lo son las piernas. Nos encerraron en una casa, en un edificio, en una escuela, en una universidad, en un trabajo y en un auto. Nos encerraron y nos hicieron adoptar la “tele-transportación” de un lugar a otro. Pasamos por la calle mientras no pasamos por ella. Lo que pase afuera de las ventanas del coche no me concierne, no me perturba, siempre y cuando no sea gran conglomeración de coches que irrumpa mi agenda, que descuartice mis tiempos y me levanten el temperamento. Mientras no pase esto (que siempre pasa), voy por la vida y la ciudad esquivando cualquier contacto con el exterior. Si las ventanas son transparentes, las oscurecemos. Si el aparcamiento queda lejos, caminamos rápido ó pagamos el “valet parking”, si son tres cuadras de distancia… ¿por qué ir caminando, si luego hay que regresar a buscar el auto? Son acciones que tomamos sin cuestionar por qué el recorrido nos incomoda tanto que decidimos evadirlo a toda costa.
En fin, hay una serie de comportamientos que hemos adoptado como si vinieran determinantemente escritos en nuestros genes, como si el día que nos procrearon decidieron por nosotros cómo íbamos a llevar la vida social, nos cortaron las piernas (por decir las piernas, me refiero a todo lugar y momento al que las piernas nos puedan llevar) y con ellas un alto grado de libertad. Adoptamos comportamientos que nos han aislado de la sociedad. Sí, nos hicimos más privados, más selectos y menos conflictivos. Nos codeamos con los que conocimos en la escuela, en el trabajo o en la fiesta de otros amigos. Nos codeamos homogéneamente. Cortamos la incertidumbre del encuentro y la capacidad de ser protagonistas sociales que disfrutan de la diversidad y defienden la tolerancia y el conflicto (el conflicto como necesidad, como intercambio entre costumbres e ideas en un determinado espacio). En definitiva, toca tomar una decisión que salga de la respuesta a la siguiente pregunta: ¿Será -esta cuestión del no andar- una cosa de herencia dominante o recesiva? ¿La cuestionaremos hasta que se mute en otra cosa favorable para el entorno físico y social? Veremos.
El camino por andar
Richard Long es uno de los grandes representantes del Land Art y reconoce que la experiencia del andar –en la Naturaleza- “produce más efecto en mí que yo sobre ella”. Una de sus primeras esculturas fue el sendero marcado por el acto de caminar repetidamente en línea recta sobre un campo de hierba. Hizo también esculturas geométricas simples, usando materiales naturales recogidos en sus paseos por el campo (círculos de piedras, líneas que atraviesan el espacio de una galería hechas con agujas de pino, salpicaduras de barro en una pared, etc.). Una cita de Richard Long que amerita ser leída y conversada es la siguiente: “He decidido hacer arte andando, utilizando líneas y recintos, o bien piedras y días”. Long hace un juego entre el andar y el acto de representar lo andado. Le da importancia a la pisada, al ritmo, a lo que queda después de nuestra presencia y a lo que nunca se ha ido.
Long menciona y hace arte sobre la Naturaleza, que según (Williams, 1990) “es una de las metáforas más potentes y performativas de la lengua, tanto a nivel social como político.” El concepto Naturaleza se ha utilizado como una norma que mide la desviación (Morton, 2007:14). La Naturaleza se entiende muchas veces como algo dado y muy estipulado al partir de la cuál se emiten juicios éticos y normativos. Es por esto que vemos “natural” y dado el no-andar luego de que, como ciudadanos y ciudadanas, hayamos asumido –sin cuestionar demasiado- las normas y las condiciones urbanas y sociales que nos han desviado de los recorridos en las aceras y nos han conducido por el ancho camino adaptado al motor.
Desde este nuevo camino comenzamos a ver el andar como un asunto poco natural, que se adapta poco a las dinámicas de rutas y movimientos generalizadas por la sociedad del suburbio. Nos desvinculamos de los encuentros casuales y del camino que nos lleva a los mismos. No es casualidad que un libro tan citado como The Death and Life of Great American Cities de Jane Jacobs, dedique sus primeros tres capítulos al uso de las aceras, con tres subtemas importantes para la autora: seguridad, contacto y asimilación de la niñez. La acera es una recta, un camino, pero también es un punto, es un lugar para estar. Hay ciudades donde la acera cumple un rol fundamental, es el recibidor, es la mesa para leer el periódico y tomar el café, es la entrada y la salida, es donde encontramos al vecino y donde conocemos al desconocido.
Esto es, entre otros temas, lo que se ha discutido y se continúa discutiendo sobre la ciudad. Todo plan de acción sobre la ciudad necesita que sus creadores vivan, caminen y sientan la ciudad, que recorran sus caminos y recovecos, que hablen con sus habitantes y conozcan las necesidades y pasiones. No hay que ser poetas o artistas para vivir la ciudad, basta con ser sensibles, curiosos y aventureros. El camino por andar, como objeto literal o metáfora implica a los ciudadanos/as y sus acciones que reivindican su trayecto en la historia de la ciudad. También implica a los técnicos y profesionales que planifican y diseñan la ciudad, que después de todo son los que construyen barreras o abren caminos (aquí sí aplico definiciones un tanto más abstractas). Son ellos, junto a los políticos, quienes pueden hacer una ciudad inaccesible utilizando barreras como las escalas, bloques de edificios o carreteras diseñadas para no ser recorridas por viandantes por ser inseguras físicamente y extenuantes ante los largos y aburridos paisajes. Con estas barreras segregan, marginalizan y excluyen. Pero, ¿por qué levantar barreras cuando se pueden abrir caminos? No todas las soluciones están en la acera y tampoco en la calle, es evidente. Es mucho más complejo, necesita de muchos sectores que participen y se empoderen en los procesos de toma de decisiones. Que puedan decir por dónde desean andar, y las rutas y el tiempo no les sean condicionados por el tipo de transporte que utilicen. Está en nuestras manos comenzar a cuestionar esa “Naturaleza urbana” que ha nos condicionado al Gen del No-Andar (¿o viceversa?). Esa Naturaleza que ha sido diseñada por las pasadas generaciones y toca ampliar la mirada, abrir el ojo de las posibilidades, de las proyecciones y de la creatividad para que, finalmente, podamos tomar riendas en el asunto. No hay razones para reprimir los deseos de cambiar el actual uso del espacio público, tampoco hay razones para silenciar las necesidades que tenemos de lugares que reflejen nuestra identidad que sean dignos y de calidad. Todos somos diseñadores/as, todos sabemos dibujar, y todos sabemos lo que queremos. Llegar a consensos no es fácil, pero es muy posible. Todas las opiniones cuentan, y en este camino hay espacio para que todos y todas andemos.
Transurbancia y el Palimpsesto
Francesco Careri[i] habla de la transurbancia como la lectura de la ciudad actual desde el punto de vista del errabundeo. Estas transurbancias son llevadas a cabo por Stalker a partir de 1995 en algunas ciudades europeas. Consistía en buscar las transformaciones, los desechos y la ausencia de control que han producido un sistema de espacios vacíos que pueden ser recorridos caminando a la deriva. Dice Careri que el paisaje entendido como una arquitectura del vacío es una invención de la cultura del errabundeo. Tan solo en los últimos diez mil años de vida sedentaria hemos pasado de la arquitectura del espacio vacío a la arquitectura del espacio lleno.
El autor señala que el andar es un instrumento estético capaz de describir y de modificar aquellos espacios metropolitanos que a menudo presentan una naturaleza que debería comprenderse y llenarse de significados, más que proyectarse y llenarse de cosas. Es a partir de esto que menciona Careri que el andar puede convertirse en una lectura y escritura simultáneas del espacio, que ayuda a levantar atención y generar interacciones en la mutabilidad de los espacios, y así intervenir en su devenir.
Resumiendo, para Careri la transurbancia es la arquitectura del recorrido, el errabundeo como acto estético y constructivo de nuevos significados, como potenciador de mutaciones e intervenciones.
El Palimpsesto es manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior que fue borrada. ¿Podríamos leer ese manuscrito en nuestras ciudades occidentales jóvenes? Podría darse el caso de que la transurbancia sea un proceso de búsqueda, un errabundeo que construya significados, pero debemos preguntarnos qué pasa si no hay huellas, si las historias han sido borradas y los restos son como un rompecabezas interminable. Ante este panorama veo urgente la transurbancia, más que para cambiar o alertar, para desenterrar huellas, pasados e historias. Es muy posible que le huyamos al andar porque entendemos los recorridos como vacíos, demasiado modernos y con poca sustancia. La realidad es que todo espacio tiene huellas, conocerlas nos hace valorar su historia y su presente, conocerlas nos asombra, nos estremece y nos hace sentir empatía por determinada coordenada geográfica. Se trata, entonces, de hacer unos primeros recorridos buscando el palimpsesto para nutrir la transurbancia y así contagiar a los que aún son sedentarios. Como ejemplo y para finalizar esta parte, una forma de comenzar a desenterrar las historias podría ser indagando en el nomenclátor para conocer qué nombres ha tenido una calle, por qué se llamaron así en un momento, cómo se llaman ahora y qué historias hay en sus respectivos cambios. Así, históricamente, cuando hay cambios de regímenes políticos, las ciudades logrado devolver los nombres a las calles y sus monumentos y arte público más importante.
La pérdida de la pérdida de orientación, el peligro y la experiencia.
“Perderse significa que entre nosotros y el espacio no existe solamente una relación de dominio, de control por parte del sujeto, sino también la posibilidad de que el espacio nos domine a nosotros”.[ii] La oportunidad de perderse, vista como oportunidad en el mundo actual, donde se anda con artefactos tecnológicos que te hacen imposible disfrutar de la soledad, del errabundeo sin interrupción, o de la pérdida de orientación por elección. Perderse nos obliga a ver el espacio, nos castiga si nos saltamos detalles y nos lleva a sacar a flote destrezas como la designación de puntos de referencias. Perderse es toda una experiencia, así lo contaba Jane Jacobs cuando relataba la forma en la que caminaba los barrios de Nueva York, iba caminando en las aceras y actuaba como perdida con la intención de preguntar por orientación y lograr tener conversaciones con las personas locales. Así fue haciendo amistades y así fue levantando su lucha por una ciudad más humana y diversa. Jacobs disfrutaba perderse, tanto como disfrutaba actuar que se perdía. No obstante cuál de las dos fuera la real, de ambas sacaba conocimientos y experiencias que la fueron nutriendo como estudiosa de la ciudad.
Walter Benjamin hace una comparación entre perderse en la ciudad y perderse en el bosque cuando dice: “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque requiere aprendizaje. Los rótulos de las calles deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas, y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarle las horas del día tan claramente como las hondonadas del monte”.[iii] Volvemos a ver otro autor que ve el perderse como un proceso aprendizaje, perderse como acto imprescindible para el crecimiento, para la madurez y la valoración del paisaje. Perderse para sentirse -quizás por primera vez- dominado por el espacio.
Hay una serie de acciones artísticas, como las dadaístas, que dedicaron mucho tiempo a las derivas, que documentadas o no, buscaban la experiencia lejos de la ciudad. Eran recorridos que llamaban su atención por no ser planificados, por visitar lugares poco atractivos y por las interacciones que se daban entre ellos durante el recorrido. Nuevamente Careri sintetiza las dinámicas que tenían los grupos de artistas cuando escribe: “Uno de los principales problemas del arte de andar es la traducción de dicha experiencia en una forma estética. Ni los dadaístas ni los surrealistas trasladaron sus acciones a unas bases cartográficas y, además, huyeron de las representaciones mediante las descripciones literarias. Los situacionistas realizaron mapas psicogeográficos, pero nunca quisieron representar las trayectorias reales de sus derivas. Por el contrario, deseando confrontarse con el mundo del arte y por tanto con el problema de la representación, Fulton y Long recurren al uso de mapas como instrumentos expresivos. En este campo, los dos artistas ingleses recorren dos vías diferentes que reflejan dos modos diferentes de usar el cuerpo. Mientras que para Fulton el cuerpo es tan solo un instrumento perceptivo, para Long es también una herramienta de diseño.”[iv] Aquí podemos ver el perderse como cosa muy propia, como un arte de difícil representación, después de todo una fotografía no le hace justicia a un paisaje, porque no recoge los olores, la brisa, el Sol o la lluvia. ¿Cómo representar una deriva? ¿Cómo narrarla? Son cosas a las que intentaron dar respuesta Fulton y Long, pertenecientes al movimiento de Land Art que también acudían a los espacios vacíos, abandonados y echados a las espaldas de las ciudades en crecimiento.
¿Qué pasa cuando te pierdes? Pues te pierdes porque no tienes orientación, porque hay un vacío de información y de continuidad del paisaje. No te pierdes cuando los caminos son los mismos, cuando el paisaje es estático y las señales evidentes. Para perderse en la ciudad en la que se vive es necesario ser consciente del deseo de perderse, de cambiar el trayecto diario y apostar por la deriva que despierte sentidos, que se observen los detalles, que se escuche con atención y que la experiencia se grabe con la totalidad de los objetos y agentes que han participado en este escenario urbano.
El andar como cuestión social y como práctica artística son conceptos y debates de los que se ha escrito mucho. El hecho de documentar uno sobre el otro es una selección particular de quien aprende y desea representar un recorrido para comunicarlo, para que forme parte de su crecimiento y experiencias, o para mantenerlo secreto. El problema está en el no-andar, en la inexistencia de una oportunidad para manifestarse, para ver y dejarse ver. La cultura del encierro a la que nos ha llevado la planificación territorial acompañada de las nuevas tecnologías ha hecho que caminemos y visitemos virtualmente lugares y personas. Se nos puede ir la vida en la “tele-transportación”, o sea brincar de un lugar a otro sin experiencias entre medio. Estamos en un lugar, y no hemos guardado recuerdos de cómo llegamos a él, solo pequeñas imágenes que se borran con el tiempo por no haber sido lo suficientemente impactantes e importantes en la experiencia del recorrido. El énfasis que hago por el recorrido es porque es mucho más que el traslado de un punto a otro, es observación, es empatía, es diálogo, es conflicto, es diversidad, es reto y es vivir la complejidad de lo heterogéneo, es todo eso que nos han enseñado a evitar y que hoy, más que nunca, necesitamos reavivar.
Referencias
[ii] La Cecla Franco, Perdersi, I’uomo senza ambiente, Laterza, Bari, 1988.
[iii] Benjamin, Walter. Infancia en Berlín hacia 1900, Alfaguara, Madrid, 1982.
[iv] Careri, F., Walkescapes. El andar como práctica estérica. El Caminante sobre el Mapa. P. 123
[v] Calvino, Italo, “El viandante y el mapa”, Colección de arena, Ediciones Siruela, Madrid, 2001.