El tiroteo y su contexto urbano.

«Si la política de la seguridad como bien privado convence a reducir nuestros derechos para correr menos riesgos, la política de la seguridad como seguridad de los derechos de todos convence de correr más riesgos para garantizar el ejercicio de nuestros derechos”.

-M. Pavarini, Castigar al enemigo. Criminalidad, exclusión e inseguridad.

El tiroteo y su contexto urbano.

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Las noticias sobre los tiroteos entre residenciales públicos no pueden, ni deben, ser entendidas como cosa efímera, de un día, de una semana o de un determinado periodo de conflicto que, presumimos, llegará a su fin. El asunto de seguridad pública por el que muchas/os alzamos la mirada y compartimos indignación, no se desprende de la individualización de un peligro, de la preocupación por aquellos/as que tienen un perfil al que le otorgamos importancia o al que reconocemos fácilmente. El problema puede llegar cuando se convierte en una preocupación acrítica, en especial porque el tema de vulnerabilidad ante la (in)seguridad pública solamente lo trabajamos y lo conversamos cuando nos ataña directamente, cuando sentimos el peligro porque lo identificamos como una actividad violenta o incívica que, literalmente, se cruza por nuestro camino, irrumpe en nuestra cotidianidad y nos vuelve -o nos hace sentir- un blanco fácil. Tenemos una herencia individual y colectiva que no nos ha permitido entender el tema de la seguridad como un bien público. Tampoco entender que las soluciones o remedios no estriban en la militarización de espacios o aislamiento de poblaciones (ya sean las que se aíslan voluntariamente en mansiones/casas suburbanas, o aquellas que, sin más, han sido aisladas mediante la configuración de la trama urbana). La seguridad pública es un asunto complejo, sí, pero encuentra un lugar de comunión y reflexión cuando lo ubicamos en el espacio público y buscamos su democratización y accesibilidad de la forma más justa posible. Así, podemos descifrar esa ‘trampa’ que nos hace creer que los problemas sociales tienen soluciones concretas o predecibles.  Entender esto nos ayuda a cuestionar cómo se da el fenómeno donde, desde una única disciplina y/o método de acción, se busca dar solución concreta a un evento o circunstancia social ignorando la complejidad de los elementos que la componen.

La historiadora y teórica de arte, arquitectura y urbanismo Françoise Choay en su libro El Urbanismo: utopías y realidades reflexiona sobre la intervención de Charles Murray, ideólogo de los contrarios del bienestar social durante los años ochenta en Estados Unidos. Murray también planteó abiertamente unas «ambiciosas justificaciones para la nueva segregación urbana de los años noventa» (Choay, 1976). Utilizó como justificación lo costoso de la construcción y el mantenimiento de los espacios carcelarios para una población que iba en aumento, y propuso aislar unas poblaciones social y espacialmente. En otras palabras, buscaba la penalización de unas conductas -incorrectas o inadaptadas- a través de la segregación, del aislamiento, de la homogeneización de sectores, todo esto sin tener que incurrir en justificaciones o validaciones. Decía: “Si el resultado de la aplicación de estas políticas es la concentración de los malos ejemplos en unos pocos barrios hiperviolentos y antisociales, que así sea. Es probable que sea más barato vigilar estas comunidades de parias -donde todos, por definición, son miembros de la clase peligrosa- que detener y encarcelar a cientos de miles de individuos.» (Choay, 1976). La autora, reflexionando sobre este personaje y su filosofía de ciudad y segregación social plantea que «en esta búsqueda de discriminación espacial, los objetivos de la arquitectura contemporánea y de la policía convergen sorprendentemente en lo que respecta al problema del control de las multitudes.» En pocas palabras, tanto la arquitectura como el urbanismo, o bien la planificación de las ciudades, trabajan en función a una filosofía que condiciona la política pública y su gestión. La arquitectura de las viviendas públicas y su ordenación en el espacio urbano bien pueden ser un conjunto que cohesione poblaciones o bien, que las aísle con la utilización de ciertos elementos que, sin duda, recuerdan un aire de militarización de espacios. Estos podrían ser: presencia policial permanente, vallas metálicas/muros, entradas limitadas e incluso la propia forma arquitectónica del edificio y su relación con los demás. Con estos elementos se hace una delimitación, se evidencia que algo es diferente al resto. Entonces, la historia cambia, la realidad endógena puede llegar a ser otra a la exógena y toca, en un futuro poco lejano, hacerle frente al problema de una trama urbana segregadora y una vivienda pública no-integradora.

Cuando la temporalidad de los eventos violentos (tiroteos, redadas, etc.) es aleatoria y cambiante geográficamente tendemos a reconocer los problemas de forma aislada, desmantelamos cualquier tejido o proceso previo que, sin duda, ha sido el responsable de crear y promover el desarrollo de determinados comportamientos. Lo importante es que, como observadores, no nos sintamos intrusos sobre lo observado, lo que pasó no es parte estrictamente inamovible de un pasado, es un síntoma de una complejidad social y urbana que debemos problematizar constantemente, no para la privación de libertades, sino para la búsqueda constante de espacios y formas integradoras, de relaciones saludables dentro de la ciudad y de la erradicación de cualquier obstáculo que impida la democratización de oportunidades en el espacio urbano.

Si entendemos que la solución a estos eventos violentos y armados (que son efectos de problemas no solucionados entre barrios/residenciales) está en la mano dura, o en la seguridad militarizada del Estado, podemos cometer el error de generalizar y no profundizar en las especificidades y necesidades de cada sector social.

Debemos renunciar a la sectorización de la sociedad que resulta ser un elemento de percepción al que, desde esferas del poder, nos quieren hacer llegar. Desde el Estado se tomó la decisión de aislar mediante complejos de vivienda pública cerrados como núcleos impenetrables, este aislamiento lleva a una reproducción de conductas y a la carencia de acceso a oportunidades. Parece que no nos reconocemos en estos comportamientos y levantamos un muro intangible (aunque a veces también es bastante tangible) que limita nuestro pensamiento crítico cuando surgen medidas que vulneran a las poblaciones que viven -o las han hecho vivir- aisladas.  Al no reconocernos «en», no somos empáticos «con» y vemos «al otro» como alguien de quién defenderse y no alguien a quién defender de las medidas punitivas de un Estado y una morfología espacial que ha hecho todo lo posible -y lo imposible- para segregar y aislar poblaciones con todos los efectos que ello representa.

El deterioro del espacio público no solamente se limita a lo sucio o desgastado que materialmente se encuentra, también podemos referirnos al sentimiento de extrañeza que nos puede hacer sentir una calle, una cuadra o un sector en su totalidad. Cuando sentimos miedo a caminar -y conducir- por la Avenida 65 de Infantería (San Juan, Puerto Rico) por los múltiples -y diversos- eventos ocurridos, comienza a gestarse lo que es un abandono del espacio público que, aunque terminemos conduciendo por esta Avenida, no podemos ignorar un sentimiento de apatía al espacio y sus representaciones. Es necesario que en este rechazo al espacio no renunciemos al derecho a la ciudad que, en su reflexión, nos hará abandonar la idea del rechazo al espacio y, desde una apropiación consciente de lo público, nos llevará creer y defender la democratización de los espacios públicos y terminar por repudiar ese arrebato constante que reduce lo público y lo urbano (en definición de Lefebvre) abismalmente. Así, en vez de una indignación individual, momentánea y efímera sobre un evento particular, cuestionaremos cómo, desde el poder que organiza la ciudad, se confabula una eliminación de los espacios públicos para cederlos a un campo de guerra que no solamente ha sido -y recalco- creada por la configuración de la trama urbana, sino que ha sido validado y perpetuado en cada «cambio» de gobierno.

No debemos ceder el espacio que quieren utilizar para el aumento del radio de aislamiento. Debemos conquistar espacios que integren, no que aíslen. Espacios de vida, no espacios muertos. Espacios de oportunidad y no de marginación. Queremos que las políticas públicas que hagan frente a los problemas, se construyan desde una visión integral de justicia y equidad. Y, en especial, como ciudadanas y ciudadanos, no debemos estar interesadas/os en la estigmatización, segregación y marginación de la pobreza. Reflexionar sobre el espacio, su organización y entenderlo como algo transofrmable es esencial para despertar ideas de cómo enfrentarnos a este y tantos otros fenómenos sociales. Es deber nuestro levantar una voz de repudio contra las desigualdades y un movimiento que demande el estudio de nuevas formas de configuración de la trama urbana que resulten en una cohesión social y urbana heterogénea, que promueva el acceso a oportunidades, que derribe muros concretos y fronteras sociales. Una reforma del espacio urbano es posible y aunque no sea la respuesta única (porque nunca las hay), puede ser un paso importante para la justicia urbana y la distribución igual de oportundiades.

Referencias:

Choay, F. (1976). El Urbanismo : utopías y realidades. Barcelona : Lumen. Retrieved from http://cataleg.ub.edu/record=b1056755~S1*cat

Sorkin, M. (2004). Variaciones sobre un parque temático : la nueva ciudad americana y el final del espacio público. Barcelona : GG. Retrieved from http://cataleg.ub.edu/record=b1691301~S1*cat

Davis, M. (2007). Planeta de ciudades miseria. Tres Cantos : Foca. Retrieved from http://cataleg.ub.edu/record=b1890857~S1*cat

Fortress Los Angeles – The Militarization of Urban Space – Davis.pdf. (n.d.). Retrieved December 10, 2014, from http://friklasse.dk/files/Fortress Los Angeles – The Militarization of Urban Space – Davis.pdf

Pavarini, M. (2009). Castigar al enemigo. Criminalidad, exclusión e inseguridad. Quito, Ecuador: FLACSO Sede Ecuador.