Transporte público de calidad para las Fiestas… ¿y para lo cotidiano?

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Transporte público de calidad para las Fiestas… ¿y para lo cotidiano?

Por: Mariana del Alba López Rosado

 

Sin ánimos de boicotear fiestas ni la felicidad que se engrana en nuestro cuerpo al disfrutar de un espacio urbano y de una organización de actividades culturales y recreativas durante un periodo de 4 días como cierre formal de la época navideña, me gustaría traer a discusión un punto que me parece más que importante continuar discutiendo, debatiendo, construyendo: el transporte público, su austeridad y la evidencia de que una nueva forma de gestión es posible.

La austeridad del transporte público de la que se ha hablado anteriormente en este blog (Ver: La compensación fracasada del transporte público, Domingos de austeridad: reflexión sobre recortes del servicio en el transporte público en Puerto Rico, Del Petro-Chantaje a la paralización del transporte público) es un tema que vulnera directamente cualquier intento de ciudad democrática porque influye – siempre para mal- en el acceso a la ciudad, en los movimientos de sus habitantes y en la autonomía y libertad de las personas. Hago énfasis en todo aquello de lo que no hago crítica para evitar que se desvirtúe mi postura con frases como: «es que todos tenemos derecho a fiestar» o «no critiques las fiestas del pueblo». Pues claro que sí, una puede irse de fiesta y  gozar mucho de los escasos espacios urbanos que nos ofrece la Isla. No obstante, no debemos omitir que ese «derecho al disfrute» viene desde una posición de privilegio donde se puede hacer elección de las formas, entiéndase los medios, en los que se llega a un lugar determinado. Bajo este posicionamiento, sí que deberíamos reflexionar sobre aquellas personas que, hoy por hoy, han quedado excluidas de un sistema austericida de transporte público que ha obviado las necesidades de la población y ha hecho caso omiso a los posibles riesgos de exclusión social que implica abandonar -a su suerte- a una población que, sin remedios, utilizan y les es vital, para el funcionamiento básico del núcleo familiar, un sistema de transporte público mínimamente responsable y eficiente.

Con la austeridad en el transporte público se recortan horarios, concurrencia de autobuses o trenes y ofertas en las propias rutas. Todas estos elementos se vuelven complejos y difíciles de manejar por parte de los usuarios cuando se les deja sin remedio, sin alternativas viables, cuando se les deja esperando 40 minutos por un autobus o cuando los domingos -debido al cese de la actividad de transporte- las salidas y gestiones se ven enormemente limitadas. Pienso en todas estas personas que vivimos y utilizamos -a contracorriente- el transporte público en la cotidianidad cuando veo que, por sorpresa, el transporte público de las Fiestas de San Sebastián 2016 fue todo un éxito, que las filas fueron movidas, que los autobuses no encontraron un tráfico impenetrable, que habían rutas especiales para hacer efectivo y eficiente un servicio básico. Y, ante todo ello, me pregunto: ¿realmente es tan difícil? Me encontré con personas que, por clara conveniencia, dejaron el auto privado estacionado posiblemente en algún espacio destinado a ese fin en las diferentes estaciones de tren y caminaron tranquilamente hasta su objetivo final. Se habla mucho, entonces, de que el puertorriqueño/a no camina, que la hegemonía del carro nos comió las otras formas de movilidad y transporte, las básicas, aquellas que nos juntan en un mismo espacio, que nos invitan a la deriva urbana, a apreciar la ciudad de tantas otras maneras y que nos llevan a sentirnos pertenecientes formales del espacio que nos cobija. Nada de esto ha muerto, soy testigo. Está ahí la intriga, el deseo de caminar, el deseo del encuentro y de visitar espacios diversos, concentrados, caminables, heterogéneos. Y no, no todo lo hacen por «la bebelata», quizás es mi opinión -siempre subjetiva-, pero he visto cómo se asumió la experiencia cual viaje de campo exploratorio, fue la oportunidad de encontrarse con una ciudad que funcionaba en muchos aspectos, de disfrutarla y vivirla de la forma más urbana posible. Fue una ciudad que cumplió con horarios, con frecuencia del transporte, con una oferta de horarios mucho más amplia de lo común, con rutas hacia diferentes terminales de autobuses o trenes, fue una ciudad viva, peatonal, abierta, con oferta cultural, con sorpresas y todos los colores. Este evento es un espacio-tiempo que nos debe llevar a reflexionar sobre muchas cosas, en particular, afirmar que nuevas formas de hacer y gestionar la ciudad son posibles fuera de unas fiestas o de un evento efímero. Que apoyar a las poblaciones en riesgo de exclusión en esta jungla suburbana no es una utopía, todo lo contrario, debe ser una prioridad cuando hablamos de democracia, cuando hablamos de derechos, cuando hablamos de diversidad y de sus riquezas.

No podemos conformarnos con una muestra de «lo que se puede hacer» y quedarnos el resto de los días del año absorbidos por la hegemonía del auto y por todas las desigualdades sociales y económicas que ella representa. Nadie dice que es fácil la coordinación del transporte público y su convergencia con los diferentes puntos de encuentro. En realidad, ninguna gestión de lo público, si se quiere eficiente y efectiva, será fácil. Lo que sí se ha demostrado es que es posible, que los gritos de exigencias no pueden callarse ante una pequeña muestra, que nuestros anhelos por una ciudad más justa comienzan por el acceso de sus habitantes a ella, por la libertad de movimientos y las oportunidades que -su buena administración- representan para la población total.

¿Se puede administrar un transporte público más eficiente, más responsable, más puntual con los horarios de las personas y que puedan planificarse actividades, trabajos y encuentros sin miedo a llegar tarde -o nunca llegar-? Me atrevería a decir que sí, que es muy posible. Sin duda, se debe asumir un riesgo económico inicial mientras la población se acostumbra y confía en un sistema de transporte público reformulado y adaptado a las necesidades actuales. Habrán pérdidas económicas en un inicio, esas pérdidas las asumen (poniéndole impuestos a empresas multimillonarias, por ejemplo) todas las ciudades que priorizan el derecho a la ciudad sobre el ingreo neto de sus beneficios.

En un entramado urbano como el puertorriqueño no se puede caer en idealizaciones del servicio de transporte, evidentemente no llegará a todas las calles, no conectará a todas las poblaciones, pero un servicio básico que se encargue de tejer lo urbano y sus actores no suena a tan mala idea, tampoco suena a algo imposible. De hecho, suena esperanzador, suena a una promesa democrática y a un mayor acceso a las oportunidades que ofrece la ciudad y sus entornos.