A la fuente le falta una estatua y al espacio público, un artista.

Baudelaire define al artista como alguien que puede concentrarse en los temas corrientes

de la vida urbana, comprender sus rasgos efímeros y, sin embargo, poder extraer del

momento transitorio todos los elementos de eternidad que contiene.

A la fuente le falta una estatua y

al espacio público, un artista.

Por Mariana del Alba López Rosado

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El espacio público debe ser un espacio de representación, de visibilizar ideas a través de la presencia de individuos y colectivos en él. Debe ser espacio de encuentros y conflictos que aseguren la inclusión de todos los sectores de la sociedad. El espacio público es, principalmente, el lugar donde lo político se manifiesta en sus múltiples formas, haciéndose dueño del tiempo y de sus contextos en la historia. Es el lugar donde buscamos ser notados y representados mientras sentimos el deber de tratarlo como una cosa para tomar y para recrear. La ciudad es espacio público y es éste quien define su morfología y su comportamiento social. Es, por lo tanto, el espacio público y sus usos lo que define cuán democrática, inclusiva, diversa, heterogénea y justa es la ciudad. Limitar presencias en él en un intento de ‘saneamiento’ es un ejercicio que hemos visto, a menudo, con las personas sin hogar, inmigrantes sin papeles, drogodependientes, etc. Los artistas no quedan excluidos en este saneamiento donde los permisos y autorizaciones burocráticas aparecen como obstáculos para el arte libre en el aire libre. Por lo tanto, hablaremos en adelante sobre los artistas y el espacio público como espacio para manifestar su arte, sus interpretaciones, sus improvisaciones y sus encuentros con los ciudadanos/a desde (y para) un espacio común. Parece obvia la despolitización del espacio público a través de la despolitización del arte que busca despertar, inquietar, o meramente estar presentes en el espacio de todas y todos. Ante este panorama no debemos desprendernos de la necesidad social de politizar y cuestionar -constantemente- el rol del espacio público en nuestra ciudad. Cabe preguntar: ¿Es el espacio público un lienzo que se pinta de blanco cuando lo dibujado por la naturaleza no gusta? ¿Es purificable o “saneable” el espacio público? ¿Cómo se determina quién tiene derecho a estar (y quién no) en el espacio público? ¿Cómo se ejecuta un desplazo de lo público, con qué medios o herramientas? ¿Son estos medios y herramientas una forma de violencia? En este desplazamiento, ¿se le obliga al desplazado a renunciar a su rol de ciudadano político y crítico que utiliza su derecho a la ciudad como una forma de representación? ¿Responderemos solidariamente ante la injusticia y la exclusión que se lleva a cabo en un espacio al pertenecemos todas y todos?

Para entrar en contexto, me gustaría hacer un poco de memoria digital. Hace poco más de un año se publicaron en este blog los siguientes artículos: El arte regulado: lo público para el artista con carnet y El arte como agente transgresor en el espacio público regulado.  

El primero discutía el Proyecto de Ley que buscaba obligar a los artistas a identificarse con un carnet que emitiría la Compañía de Turismo junto con los municipios que a su vez obligaban al artista a anunciarse o enlistarse burocráticamente para poder estar en el espacio público. El segundo habla más sobre la ciudad democrática, la importancia de los encuentros en la ciudad y de cómo los artistas y las ciudadanas y ciudadanos puedan encontrarse en espacios menos excluyentes, menos costosos, más improvisados y más auténticos, como lo es la ciudad. Se hablaba de cómo este tipo de encuentros en el espacio público alcanzaban una democratización del arte propiamente, haciéndolo accesible y asequible a quienes, hoy por hoy, no habían sido expuestos al arte y sus múltiples formas. Estos artículos cumplieron con un objetivo claro en aquellos días, levantar una voz, varias palabras y múltiples acciones sobre políticas públicas y medidas municipales no solamente limitaban la libre expresión de los artistas del país (obligándoles a pagar, a registrarse, a avisar su presencia antes de cada evento y así limitando con ello cualquier posibilidad de improvisación o espontaneidad –tan básicas como tan necesarias para la obra artística-), sino que abonaban a un espacio público que iba perdiendo vida sin que existiera una gran oposición que lo levantara, que lo re-significara y que se apropiara de estos nuevos significados para hacerlo otra cosa, un espacio más democrático y menos normativo, más justo y menos exclusivo.

 

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Hoy a la fuente le falta una estatua…

El artista Johan Figueroa-González lleva años haciendo suya (mientras nos recuerda que también es nuestra) la Plaza de Armas en el Viejo San Juan. Lleva años allí, disfrazado, pintado, interpretando, improvisando. Se le ve siempre, en las calles subiendo hacia la plaza con sus maletas con un cuerpo que aún no ha entrado a escena. Se le podía encontrar, también, en la plaza pintando apasionadamente un cuerpo que, paulatinamente, se iba convirtiendo en estatua, en monumento, en arte público. Esa estatua quieta, que disfruta escuchar a Mercedes Sosa o a Víctor Jara, esa estatua que lleva mensajes, que habla, que se rasca cuando la piel pica, que se mueve cuando los brazos se cansan. Es una estatua que denuncia, una estatua libre y lo suficientemente humana para recordarnos que el arte y la estética deben estar al tacto, al oído y a la vista de todas las personas. Es una estatua política que se vuelve toda una poesía cuando se levanta, pues sus compañeras son las estatuas de piedra, sedentarias, inmóviles, que permanecen calladas mientras una, en su afán por  cambiar el mundo, se ha rebelado contra el inmovilismo para el que fueron diseñadas. La obra de arte es la diferencia y existe como tal porque se relaciona con aquello que es común, que es cotidiano, que no nos marca -necesariamente- en el andar. En esta diferencia, la obra de arte nace y se destruye a sí misma con la intención de seguir siendo obra de arte, crítica y autocrítica, estática y efímera, visible e invisible.

Falta una estatua en la fuente de la Plaza de Armas, la de carne y hueso, la que han desplazado del espacio público. ¿Las razones? Ya nos gustaría conocerlas… Pero parecería un intento de homogeneizar una actividad cultural, como el Circo Fest, en el espacio público. No es un asunto del Circo Fest, mucho menos de sus organizadores, que son artistas que creen fielmente en el arte en el espacio público, en la libertad del arte y en la búsqueda por su máxima presencia en el espacio público. Esto viene de otros espacios, particularmente parece ser una decisión municipal –como encargado de la gestión de la ciudad para el evento-. Por lo tanto, ¿acaso es esto un esfuerzo para que lo único que se respire sea el evento circense y que el espacio público cumpla una función homogénea -y al mismo tiempo efímera- que desplace otras formas de arte? ¿A qué responde la necesidad de homogeneización?¿ Por qué el espacio público y urbano no puede ser diverso en diseños, personajes y encuentros? ¿Por qué se insiste en aplanar y amoldar la estética artística cuando la riqueza de ella se encuentra, particularmente, en su diferencia? En tal caso, me declaro eterna rebelde mientras me niego a pensar que esta forma de ‘convivencia’ en el espacio público es la ideal o a la que debemos aspirar. Me parece que la convivencia y el conflicto, en buena medida, deben reflexionarse para insertarse con todas las libertades -posibles y necesarias- en el espacio público. Rechazar la diferencia en el arte (o de los ciudadanos y ciudadanas que lo ejecutan) es dar una mala lección de que el espacio público es digno de disfrutar o admirar únicamente cuando todo navega hacia el mismo destino. Es una lección, también, de que cuando hay rebeldes o inconformes, la acción debe ir dirigida a desplazarlos, invisibilizarlos y negarlos. Aquí vendría la gran obra del artista, en la lucha por su espacio de representación, en su trabajo por una conquista de la ciudad y un cuestionamiento de las estructuras burocráticas que dictan cuál es el comportamiento adecuando, en qué momento debe llevarse a cabo y quiénes están permitidos a desarrollar la acción –previamente acordada- en el espacio público.

Concluyo pensando que hay muchas preguntas sin respuestas, que el tema del arte en el espacio público es uno -evidentemente- más que consecuente en este blog y en mi forma de pensar la ciudad democrática, justa y lúdica que, entiendo, merecemos todas y todos. En este proceso, más que entrar en los debates sobre qué parte tiene qué por ciento de la razón, me gustaría que pensáramos el espacio público en sí mismo como configurador de la ciudad, como alimento de los encuentros, como escenario constante -y modificable- de lo que son -y serán- las relaciones sociales que tomen forma en él. Y, cierro con la siguiente pregunta (porque a veces las preguntas aportan mucho más que las respuestas): ¿Ha muerto el espacio público en un intento de neutralización y homogeneización de las actividades que en él deberían tomar forma? ¿Lo hemos dejado morir? Y, finalmente, ¿lo salvaremos recreando y reutilizando lo mejor de él mientras innovamos en un proceso de reflexión -y acción- crítica para que nuestras pasiones y deseos logren definir lo que necesitan que el espacio público sea?

 

Las maravillosas fotografías que se encuentran sobre estás líneas son de la fotógrafa, vecina y amiga Wilma Colón. Damos el mayor de los agradecimientos a Wilma por permitirnos compartirlas en este espacio. ¡Que viva el arte libre, al aire libre!